• Este artículo desvela el gran secreto de su belleza corporal: los aparatos de “Cultura Física” que fueron su verdadero “Santo Grial”.
• Descubiertos más antecedentes delictivos del salvaje que la violó de niña.
• Su primer bautizo artístico tuvo como escenario la ciudad de Pontevedra.
• Una apasionante historia de amor no correspondido con el famoso culturista Eugene Sandow.
ADVERTENCIA-: La lectura de este artículo la hace bajo su única responsabilidad dado que el mismo puede provocar que se convierta en un repentino amante virtual de La Bella Otero y/o incitarle a acudir en breve a un gimnasio a ejercitarse con pesas, por lo que el autor del mismo queda eximido de toda responsabilidad.
En un mundo en el que las grandes ciudades son el centro de atención de la sociedad, las ciudades pequeñas, los pueblos y en muchos casos las aldeas pasan desapercibidas y ya nadie las sitúa ni tan siquiera en el mapa. Sin embargo, aunque estas poblaciones carecen de mayor presencia geográfica e interés mediático, a veces albergan a personas poderosas, influyentes, ricas, carismáticas, famosas y singulares y, aunque rara vez, todos esos epítetos pueden converger en una sola persona, a la que también se le podría añadir, porque no decirlo, el de desafortunada o desgraciada, como es el caso de la protagonista de esta historia: La Bella Otero. De hecho pocas personas habrían sabido situar su pueblo natal en el mapa antes de convertirse en la mujer más bella de su época, la “Diva de la Belle Epoque” (en la que París era el centro de todas las artes) y símbolo de una época en la que fue pretendida por reyes, emperadores, magnates y políticos, no en vano fue amante del futuro kaiser Wilhelm de Alemania, del príncipe Eduardo VII del Reino Unido, del zar Nicolás II de Rusia, del príncipe Alberto de Mónaco, del rey Alfonso XIII de España o del rey Leopoldo II de Bélgica.
La Bella Otero una mujer de inusual belleza y embriagadora personalidad
Y como cada pueblo recuerda y honra a sus personajes épicos; unos a militares, reyes, conquistadores, descubridores o políticos; y otros a gentes del pueblo: vecinos ilustres, artistas, artesanos, trabajadores o deportistas yo he querido hacerlo con esta “mujer episódica” que llevó la gracia gallega por los escenarios del mundo, y a la que su belleza fue su bendición y también su maldición pues con tan sólo 10 años fue salvajemente violada el 6 de julio de 1879 en el monte Terroeira como así se reflejó en el sumario procesal que se instruyó en el Juzgado de Primera Instancia de Caldas de Reyes con el número 41 del año 1879 lo que provocó en ella la imposibilidad de tener hijos de ahí que se entienda y justifique que se inventara parte de su pasado para ocultar estos repugnantes hechos, al igual que sus orígenes extremadamente humildes.
Lo que si transcribo es la requisitoria que el 9 de agosto de 1879 apareció en la tercera página del número 167 del Boletín Oficial de la Provincia de Pontevedra, en la sección de providencias judiciales que literalmente decía así:
“Don Juan Puig Vilomara, Juez de Primera Instancia de Caldas de Reyes y su partido.
Por la presente, y término de 10 días a contar desde la inserción en los Boletines Oficiales de las cuatro provincias de Galicia y Gaceta de Madrid, llamo y cito en forma a Venancio Romero alias “Conainas”, hijo de Andrea, soltero, zapatero, de 25 años, natural de Santa María de Iria, en el partido de Padrón, y vecino de Requeijo en este partido, ausente en ignorado paradero, a fin de que se presente en la Sala de Audiencia de este Juzgado a responder de los cargos que contra él resultan en la causa que se le forma sobre violación de la niña Agustina Otero, de Valga, advertido de que de no hacerlo se declarará rebelde y le parará el perjuicio que haya lugar.
Al propio tiempo ruego a todas las autoridades civiles y militares, y agentes de la policía judicial, que caso de ser habido procedan a su detención y luego lo pongan a disposición de este Juzgado.
Caldas de Reyes, julio, 28 de 1879. Juan Puig. D.O.S.S. Ramón Gomez Paseiro”.
De este perverso delincuente descubrí buceando en archivos y hemerotecas que ya en 1874, es decir, cinco años antes de cometer la brutal agresión ya tenía antecedentes delictivos por robo en Caldas de Reyes y por estafa y “otros excesos” en Santiago de Compostela. Y el 15 de septiembre de 1879, es decir, tan sólo dos meses y unos pocos días después de perpetrar la violación, fue nuevamente buscado por causar lesiones a Peregrino Bareyra.
Siguiendo con la historia, La Bella Otero era el pseudónimo de Agustina Otero Iglesias que era su verdadero nombre, aunque también utilizó como nombre artístico el de Carolina Otero que como veremos más adelante adoptó en la ciudad de Pontevedra. De ella se puede decir sin que resulte exagerado que se han escrito ríos de tinta (son varias las biografías que se han editado), así como numerosas las películas y series de televisión que se han filmado y centenares los artículos que se han publicado sobre su persona, por lo que para no ser reiterativo con lo que ya se conoce, simplemente daré unas breves pinceladas biográficas con el fin de presentarla a quien nunca haya oído hablar de ella.
Agustina Otero al igual que Rosalía de Castro posiblemente también fue hija de cura (según compruebo por los protocolos notariales) y por lo tanto de madre soltera (Carmen Otero Iglesias más conocida por el apelativo de “A Piñeira” porque recolectaba piñas y leña de los montes cercanos que luego vendía como combustible) vió la luz del día por primera vez según se puede leer en la Partida del Bautismo que se encuentra en el Archivo Diocesano de Santiago que afirma en el folio 193 del libro V de partidas bautismales de la feligresía de Valga que su nacimiento tuvo lugar el día 19 de diciembre de 1868 en una humilde casa familiar de la Parroquia de San Miguel del municipio de Valga (Pontevedra), aunque ella afirmaba que había nacido el 4 de noviembre, es decir, 45 días antes de su alumbramiento sin que este hecho tenga explicación alguna.
Su infancia transcurrió en la citada parroquia Valguesa entre las labores domésticas que le permitían su supervivencia y un breve paso por la escuela de Cesures en la que aprende a leer y a escribir y las 4 reglas básicas de matemáticas.
Aún con las secuelas propias de tan desgarrador abuso, con casi 11 años su madre por sugerencia del “padre” la ingresa en un convento en Padrón, donde es sometida a una estricta disciplina. A los 14 años harta de tanto control y alguna que otra penuria, aprovechando que conoce a un joven apuesto escultor portugués, haciendo gala de la osadía que la caracterizaba, se fuga a la capital de la provincia que la vio nacer, a Pontevedra.
En aquellos días, tal y como señala Ruibal Outes en su tesis doctoral titulada “La vida escénica en Pontevedra en la segunda mitad del siglo XIX”: “… existía en Pontevedra una gran afición a la música, tanto clásica como popular, además de las óperas y espectáculos teatrales con música, en la ciudad se organizaban concursos musicales …” De hecho, al segundo día de arribar a Pontevedra (ciudad que estaba a punto de cumplir el medio siglo como capital de la provincia homónima y se hallaba a siete años de ser la segunda ciudad de España en disponer de luz eléctrica gracias a la sustitución de la iluminación pública de gas por las lámparas alimentadas por electricidad) una noche deambulando junto a su “acompañante” por las calles empedradas del que hoy conocemos como casco viejo, escucha palmoteos, griterío y repique de castañuelas que la empujan a entrar y sumarse a la fiesta de aquel café, es tal su poderío y magnetismo que el dueño del local quedó embelesado con sus bailes, gracia, donaire y desparpajo (pues ella poseía unas obvias facultades para el baile), y la contrata como bailarina para entretenimiento y deleite de su numerosa clientela, y es aquí en Pontevedra donde este empresario con el consentimiento de la bailaora decide bautizarla artísticamente y la convence para que se cambie su nombre de pila de Agustina por el de Carolina que era el de la hija del dueño del local que le brindó su primera oportunidad. Su carrera artística acababa de comenzar.
Poco tiempo después de actuar en la ciudad del Lérez, Carolina ávida de éxito, decide trasladarse a Lisboa para probar suerte en sus conocidos teatros, por lo que junto al escultor emprenden camino juntos con una compañía de cómicos titiriteros ambulantes que conocieron. Al dejar la compañía y ya instalada en la capital portuguesa se vio obligada a ejercer oficios muy humildes para salir adelante y a bailar en locales de la más diversa índole. Superadas las primeras vicisitudes en la capital lusa, comienza a alimentar su leyenda como bailarina actuando primero en el Palacio de Cristal y luego en el Teatro Avenida.
En 1888 llega a Barcelona donde conoce a un banquero que pronto percibió en ella su inusual belleza y su embriagadora personalidad y talento, y decide ayudarla y la promociona como bailarina en Francia llevándola la víspera de la inauguración de la Exposición Universal de 1889 hasta París, donde en tiempo récord se convertía en “La Bella Otero”, triunfando poco después en el Folies Bergére (que abrió sus puertas en 1869) y brillando como una verdadera reina, convirtiéndose así en la más exitosa bailarina de su tiempo, desde el escenario del mítico teatro, a más tarde en el Cabaret Moulin Rouge que se inauguró en Montmartre en octubre de 1889.
Sobre a lo que se dedicó ya de adulta, la verdad es que es lo que menos me importa. Sus biógrafos dicen que fue bailarina, otros cantante y actriz, y otros apuntan que fue cortesana, que es la forma fina de decir que fue una mujer que ejercía la prostitución, especialmente si se hacía de manera elegante y distinguida, vamos, lo que antes se llamaba hacer la “Carrera del amor”; yo añado que para mí La Bella Otero fue una mujer inteligente, muy avanzada a su época, y cuya personalidad aunaban las palabras: necesidad, belleza y talento; mujer de historias fascinantes y que se convirtió en una leyenda de la Belle Époque francesa cuya vida bien vale la pena que figure en los libros de historia.
Hecha esta “breve” presentación, paso a relatar el fascinante capítulo de su vida que la vincula con la gimnasia con pesas que entonces se le conocía por el nombre de “Cultura Física”.
Todos los deportes tienen momentos especiales, hitos en su historia, sobre los cuales, tanto aficionados como expertos, coinciden en que han supuesto un punto de inflexión. En la “Cultura Física”, este papel lo desempeñó claramente Eugen Sandow -Fredrick Mueller- (Königsberg, actual Kaliningrado, 02.04.1867 – Londres, 14.10.1925), hijo de un joyero y tasador de piedras y metales nobles, algo habitual en la ciudad que poseía el 90% de las reservas mundiales de ámbar, y que fue conocido internacionalmente como “la apoteosis de la belleza masculina y el hombre más perfectamente formado en el planeta”. Sandow al que sin duda se le puede calificar como el “padre del culturismo moderno” por haber sido el primero en realizar exhibiciones de musculatura, fue sin duda alguna un culturista sin rival, un icono de su época. Su desarrollo físico, su personalidad y su figura hicieron de él una leyenda. Eugen no fue un mito, existió. Su tremenda musculatura y proporción de estatua griega lo han colocado en un sitio donde nadie a través de los años lo ha podido desbancar. Fue considerado tan perfecto que el “Museo de Historia Natural de Londres” tomó un molde de yeso de su cuerpo como muestra de una representación de la forma ideal de la virilidad caucásica.
Anecdóticamente se cuenta de él que en Londres una noche se entretuvo destruyendo la mayor parte de los dinamómetros de pago que había en sus calles para medir la fuerza (un empeño muy popular entre los varones de entonces, no romper las máquinas, sino medir la fuerza) tirando de una manecilla saliente, previa introducción de dos chelines. Un industrial del ramo, se querelló contra él, más Sandow fue absuelto porque en el juicio en su defensa dijo y con razón: “¿No es esto para probar la fuerza?”, Argumento que el juez admitió.
Esta presentación se hace porque Sandow será el verdadero protagonista de la historia de amor no correspondido que vivió nuestra querida Carolina, o mejor, Bella Otero.
Carolina Otero ya desde muy joven (quizás en la época en la que llegó a la ciudad de Pontevedra donde debutó como artista) fue una mujer preocupada por su cuerpo, sabía que éste con su cintura de avispa, sus redondeadas caderas y sus senos alimonados junto con un incuestionable talento era la llave que le abriría las puertas de los más grandes teatros y el pasaporte para conquistar a los hombres más ricos y/o mejor posicionados que se le pusieran delante de sus ojos y la verdad es que no se equivocaba, pues años más tarde en París surgirían las coquettes o demi-mondaine que eran cortesanas, cantantes y coristas que poseían una cierta cultura, mujeres atraídas por el mundo del arte y a las que para ellas la moda era un referente, y por tanto mujeres muy preocupadas por su aspecto y apariencia física. Consciente entonces Carolina de la importancia de tener una buena figura que estuviera acorde a la belleza de su rostro, en una ocasión llegó a decir: “Admiré mi cuerpo antes de que lo admiraran otros” y “Antes era la ropa la que te llevaba a ti, ahora eres tú la que llevas a la ropa. La ropa se tiene que amoldar a tu cuerpo”. Por ello, en 1890 que La Bella Otero llega a la ciudad de Nueva York el 14 de septiembre de ese mismo año para hacer una turné, convencida por la publicidad que ve en la fachada de un edificio próximo a su hotel, decide iniciar unas clases de gimnasia con pesas que se ven frustradas porque el gimnasio era exclusivamente masculino.
Tres años más tarde en otro viaje a Nueva York, ve cumplido su deseo gimnástico y en 1893 La Bella Otero se inscribe durante su estancia en la Gran Manzana en un gimnasio situado en una céntrica calle de Nueva York que pertenecía a un famoso forzudo, el alemán Ludwig Durlacher más conocido como el Profesor Louis Attila (tomó su nombre del líder de los hunos), cuyo centro gimnástico se caracterizaba por su decoración, la calidad y variedad de sus aparatos y por su pulcritud en la limpieza. Attila que poseía una cuidada educación por haber estudiado con el Profesor Ernst en Berlín, hablaba perfectamente cuatro idiomas y fue el inventor de las “pesas de globo” que consistían en una barra con una esfera en cada extremo en el que el peso se variaba cargando los globos o esferas con perdigones, y se especializó primero en recomendar el “entrenamiento con pesas” para mejorar en sus propios deportes a atletas de otras disciplinas (especialmente boxeadores); y segundo, en el “entrenamiento femenino” en un momento en que las clases femeninas de levantamiento de pesas eran casi inexistentes en los Estados Unidos, salvo la excepción de este centro por el sorprendente número de mujeres que frecuentaban su gimnasio para ejercitarse con pesas, de hecho Attila para alentar a las mujeres neoyorquinas a ejercitarse en su gimnasio, eligió esta ubicación por existir “una preponderancia de tiendas de mujeres que frecuentarían esta calle”, gimnasio en el cual estuvo al frente hasta su muerte, el 15 de marzo de 1924, fecha en la que pasaría a manos de su yerno, Seigmond Klein (uno de los entrenadores más respetados y codiciados de los Estados Unidos) que se había casado con su hija Gracia.
Respecto al fundador del gimnasio, era tan grande su prestigio y su popularidad, que Attila llegó a publicar en el la National Police Gazette en 1894 que ofrecía “mil dólares a cualquier organización benéfica si no puedo demostrar que todo instructor de cultura física en este país es, o bien, un antiguo alumno mío, o está usando uno de los sistemas que yo he creado”.
Sandow que apareció a la edad de 26 años por primera vez en Nueva York en abril de 1893 para iniciar una serie de actuaciones, tras el éxito alcanzado en estas, fue nuevamente contratado por uno de los empresarios más importantes de Broadway, Florenz Ziegfeld que lo hace debutar el 1 de junio en la compañía de variedades “Trocadero Vaudevilles” como cabeza de cartel de la temporada. Vestido con un traje de piel de leopardo electrificó a las multitudes de finales del siglo XIX con escenas de acción como: levantar un elefante bebé, luchar contra un león y levantar con una sola mano a una mujer mientras con la otra tocaba un piano de cola. En el Hipódromo de Manhatan con un aforo para 5.300 personas atrajo a una audiencia mayor incluso que la del gran mago Harry Houdini. Ochenta y cinco mil espectadores fueron a verlo durante su gira de cuatro semanas. Anecdóticamente se cuenta que un incidente con un elefante que le tiró agua con la trompa provocó que tuviera que quitarse la chaqueta quedando al descubierto sus pectorales, era tal la admiración que generaba entre las féminas que una señora se acercó y tras tocar sus músculos se desmayó. Este hecho despertó el instinto comercial de Ziegfeld que como dijimos era el promotor de la gira y que al final del espectáculo se subía al escenario y anunciaba que las damas que donaran 300 $ “a la caridad” podían ir al vestuario de Sandow para acariciar sus músculos.
Sandow triunfante conquistó los corazones -y las libidos también- de las audiencias donde quiera que él realizara exhibiciones, ya fuera en el escenario o en privado.
En este tiempo entre actuación y actuación aprovechó para ir a visitar a su viejo maestro, al Profesor Attila (Louis Durlacher) dado que a principios de 1887 y durante dos años entrenó diariamente con el Profesor Attila en el gimnasio que este montara en Bruselas antes de tomar el barco que lo trasladaría a la ciudad de los rascacielos donde se estableció. Precisamente en esa visita al gimnasio de su mentor y a modo de presagio de la que el futuro le depararía, es donde Sandow conoció personalmente a La Bella Otero la cual años más tarde confesó que había quedado totalmente prendada del carisma y presencia del “hombre más perfecto del mundo” que así se le conocía aludiendo al gran número de postales de la época que lo representaban en su mayoría “vestido” únicamente con una hoja de parra bien posicionada para ocultar sus partes íntimas ya que, según la mentalidad victoriana imperante, se consideraba de mal gusto y un escándalo mostrarlas. Para estas fotografías a veces cubría su cuerpo con polvos de talco, reflejando el concepto decimonónico de la estatuaria griega que tanto le inspiró, pues antes de Eugen Sandow nadie creía que un humano pudiera alcanzar la esculpida perfección del arte clásico en cuanto a proporciones de las diferentes partes del cuerpo humano.
Sandow a punto de cerrar su gira en Nueva York fue atraído 1.200 kilómetros al oeste de los Estados Unidos para aparecer en la conocida coloquialmente como “la Segunda Ciudad” del país durante la Exposición Universal de Chicago de 1893.
En la citada Exposición, Thomas Alva Edison promocionó su nuevo invento, el kinetoscopio, que era una especie de caja negra de terciopelo con un agujero por donde el espectador, de manera individual, podía contemplar escenas. La inauguración de la Expo hizo considerar a los ayudantes de Edison, William Dickson y William Heiss, la posibilidad de dotar al kinetoscopio de una proyección comercial, dirigiendo la mirada hacia los espectáculos de variedades, pues las compañías combinaban buenos números musicales de canciones y bailes, con especialidades gimnástico-circenses y números cómicos, para ello comenzaron a rodar fragmentos en los que aparecían las estrellas más renombradas del teatro de vaudeville del que Edison era un aficionado impenitente.
A finales del mes de febrero de 1894, el musculoso y forzudo Eugen Sandow que exhibía sus músculos en el nuevo Koster and Bial’s Music Hall sería reclamado por Thomas A. Edison por ser un artista consagrado y el señuelo perfecto para la promoción de su kinetoscopio, para actuar delante de su nuevo invento en el que se consideraría el primer estudio cinematográfico de la historia del cine: el Black María de West Orange en Nueva Jersey. Sandow aceptaba si le pagaban 300 dólares por posar, pero rechazaba el cobro si podía ver personalmente a Edison, por lo que el 6 de marzo de 1894 posa para la cámara quedando inmortalizado por aquel rudimentario invento convirtiéndose así en el primer protagonista en la historia del cine. Ahora solo restaba comenzar una producción en serie de películas y también alimentar la relación de amistad que surgió entre Sandow y Thomas Edison a raíz de esta filmación. Por cierto, hablando de personajes famosos decir que una de las primeras personas que vio el resultado del nuevo aparato fue un joven de 18 años Edgar Rice Burroughs (1875-1950) que casi con total seguridad se inspiró en el bigotudo musculado con taparrabos de piel de leopardo para la creación del personaje de una de las creaciones literarias que le otorgó fama internacional: Tarzán de los Monos (1912).
Después de su gira por los Estados Unidos y de que Cupido hiciera su parte, La Bella Otero regresa en 1893 a Londres y con la finalidad de continuar con su “afición gimnástica” adquiere una caja de latón con las famosas “Mancuernas Sandow” que tanto publicitó el culturista prusiano, y retoma sus sesiones gimnásticas que consistían en seguir tres días a la semana una rutina de ejercicios con las conocidas “Mancuernas de muelles Sandow”, que fueron diseñadas por el propio Eugene Sandow para la mejora del aspecto y acondicionamiento físico del público en general, y que en sus viajes alrededor del mundo, promocionaba sin parar para su venta como inquieto hombre de negocios que era, junto con otros equipos de entrenamiento, libros, una revista editada por él mismo y su cadena de gimnasios, lo que le hizo un hombre rico y un nombre familiar dado que era muy influyente y sus apariciones públicas generaron entusiasmo por el ejercicio en el gimnasio y la vida sana.
Concretamente el set de “Mancuernas Sandow”, que era así como se llamaban, tenía una presentación de lujo, pues eran unas pesas cromadas plateadas recubiertas de piel en su zona de agarre, y la caja en la que se alojaban era de metal dorada y venían acompañadas de una lámina con grabados a modo de instrucciones que indicaban los ejercicios y el número de veces (repeticiones en el argot técnico) que se deberían realizar, y una gamuza.
Para describir un poco este proverbial aparato, la “Mancuerna Sandow”, estaba dividida en dos partes distantes una de la otra unos 3 cm, en el espacio que media llevaban colocados unos fuertes resortes de forma espiral que oponían una firme resistencia a la fuerza que hay que emplear para unir las dos mitades. El número de resortes que es como le llamaba Sandow a los muelles, variaba de 2, 3, 4 ó 5 llegando incluso hasta 7. Y la forma de utilizar estas mancuernas consistía en que cuando se hacía un ejercicio, las dos mitades debían de estar en permanente contacto, sosteniendo esta posición apretando bien las manos durante el tiempo que durase el ejercicio en cuestión. Si ya de por sí es este un ejercicio importante para desarrollar los músculos de la mano o mejor dicho del antebrazo, tanto o más valor tenían los ejercicios de las tablas de gimnasia de su método que se realizaban para otras zonas corporales sujetando estas pesas firmemente con las manos.
Estas mancuernas, fueron mayoritariamente fabricadas en Inglatera y también aunque en menor medida en España por la compañía que fabricaba la renombrada marca de escopetas “Jabalí” que era propiedad de Eduardo Schilling y Montfort, que luego se asoció con su suegro y pasó a llamarse Luis Vives y Cía. Era tal la calidad de este fabricante que las citadas escopetas llegaron a ser consideradas como las mejores escopetas de su época, supongo que otro tanto de lo mismo pasaría con las citadas pesas.
En 1895 Sandow enfatizaba que los hombres y las mujeres no estaban destinados a conservar los cuerpos con los que habían nacido. Podían remodelarlos con el ejercicio y la dieta adecuada, una idea que hizo el culturismo aceptable para todas las personas, por ello inventa un nuevo y revolucionario aparato única y exclusivamente para la mujer: el “Symmetrion”, que fue “catalogado para lograr simetría en la forma del cuerpo de las mujeres y que cumplía todos los requisitos para lograr una buena salud y proporcionar gracia en el movimiento”. El “Sandow Symmetrion“, insisto, que fue un aparato de ejercicio físico específico para la mujer, consistía en un fajín de lona que se sujetaba frontalmente y en su parte posterior disponía de un cable que enlazaba con unas poleas que se anclaban contra una pared o una puerta para poder traccionar de unos manubrios con cables que movían el propio cuerpo, convirtiéndose así en el “Santo Grial” de las mujeres que aspiraban a lucir una reducida cintura, unos pechos prominentes, un cuello esbelto, gráciles hombros bien acolchados y una tonificada musculatura.
Debido a la motivación que tenía La Bella Otero por cuidar su figura (los corsés estaban siendo ya descartados) y también a una fuerza de voluntad inquebrantable que empleaba sólo para aquellos fines que deseaba fervientemente, obtuvo gracias a la “Cultura Física” y más concretamente al método y aparatos de Sandow un cuerpo todavía si cabe más escultural, que desde luego le valió como arma para batirse en duelo con alguna rival parisiense, de hecho en esa época empezaba a despuntar otra beldad, Emilienne des Lançons y unos cuantos años más tarde comenzaba a brillar otra rival Miss Maude Odell (la original Sandow Girl) que aparecía por primera vez en el Teatro Apollo de Londres el 14 de abril de 1906 como “Galatea” (La Statue Humaine), con un tipo de físico y silueta corporal que obtuvo con el uso del antes citado “Sandow Symmetrion” pues durante la segunda mitad de la década de 1900, era la estrella principal de un espectáculo itinerante de vodevil conocido como “The Dairymaids”, popular comedia musical que realizó una breve gira por Gran Bretaña y América del Norte tocando para grandes audiencias con éxito hasta diciembre de ese año, y que contó con la popular actriz y cantante Odell. Como parte de la actuación, cada noche se veía la aparición de las “Sandow Girls” donde seis de los siete bellezones representadas se presentaban ante el espectador con vestidos ajustados largos y blancos, y posando con unas pequeñas mancuernas patentadas por Eugen Sandow que sostenían en ambas manos a la par que flexionando sus bíceps dentro de una sala de teatro.
La idea de que las mujeres se dedicaran a la gimnasia con pesas, era algo que no concordaba con la mentalidad de la época. De hecho, hasta bien entrado el siglo XX no fue una cosa demasiado bien vista. Bien por desconocimiento o bien por envidia, había personas que decían que esto provocaría que la mujer tuviera un cuerpo demasiado masculinizado, pero Eugen Sandow tenía otra opinión sobre este tema, pensaba que las hacía más femeninas y les daba una apariencia más atractiva, de ahí que decidiese inventar numerosos y exitosos aparatos. Se puede decir en este sentido, que tanto Sandow como La Bella Otero ayudaron mucho a la igualdad entre hombres y mujeres en el fitness.
Ya metidos de lleno en el año 1897 La Bella Otero seguía sin sacarse de su cabeza aquel “rubio musculoso de ojos azules y bigote erizado” que conociera en los Estados Unidos, el mismo que rondaba por su cabeza desde hacía ya cuatro años, que le produjera una química especial y que sólo pensar en él le producía un aumento de su oxitocina, pues en este “estado” (de enamoramiento) no manda el intelecto ni la fuerza de voluntad y la razón es una intrusa, y de pronto, sin provocarlo, de forma sorpresiva, surge el encuentro con el gurú al que siguió religiosamente su método gimnástico durante horas desde la intimidad de sus aposentos en palacios, residencias y hoteles de lujo, encuentro personal que por su singularidad bien merece la pena recordar:
Por extraño que parezca hay que señalar que La Bella Otero y Eugene Sandow pese a gozar de una enorme popularidad tanto uno como otro y ser cabeza de cartel, nunca habían coincidido profesionalmente ni en teatros, ni cabarets, ni musicales, algo bastante raro porque Sandow ya era una celebridad mundial doblando barras de hierro, rompiendo cadenas y apoyando dos caballos en su espalda, y sobre todo, exhibiendo su espectacular musculatura; y La Bella Otero porque era reclamada por todos los teatros de las grandes ciudades europeas para abarrotarlos con público especialmente masculino que se acercaba para “verla cantar y escucharla bailar”.
Como decíamos, una noche 1897 La Bella Otero se encontraba actuando en el Empire Music Hall de Londres, y sin que nadie lo programase, muy cerca de allí y en esos mismos días, Sandow actuaba en el Alhambra Music Hall. Pensando en sí misma, a través de un empleado del teatro en el que trabajaba le envió una nota, pero él nunca respondió. Cuando ella no supo nada de él, asumió que era uno de esos “raros” hombres a los que sus armas de seducción no estaban acostumbradas, por lo que decidió que “si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña”, por lo que una noche cambio el orden de salida de su actuación en el Empire y se fue corriendo al teatro de Sandow, donde pudo observar la parte final de su espectáculo. Al verlo exclamó en voz alta: ¡¡¡Dios mío, que músculos, que cuerpo!!! pues nunca había visto nada similar en su vida. Seguidamente, se fue a su camerino y al llamarle a la puerta la reconoció y éste la recibió muy afectuosamente. Antes de irse, La Bella Otero lo invitó a cenar esa misma noche junto a unos amigos en su hotel. Sandow que estaba sorprendido por la visita le dijo que acudiría encantado e iría tan pronto como estuviera vestido, a lo que La Bella respondió: “que no debía molestarse …”. Pero la Otero tenía otros planes más tortuosos. Ella no planificara ninguna cena y lo que quería es que Sandow acudiera a su habitación para estar solos los dos. Allí el tiempo corrió muy deprisa, pues a pesar de acicalarse de la forma más glamurosa posible, al parecer se pasó horas tratando de seducirlo, pero él se defendió de todas sus envestidas. Finalmente tras invitarlo a un champán francés, Sandow le pidió leche en su lugar y La Bella definitivamente aceptó la derrota con tristeza de su cita fallida.
Corría el año 1901 y tras tres años de preparativos, el 14 de septiembre sería un día histórico para el culturismo, Eugen Sandow presentó en el Royal Albert Hall de Londres (un enorme edificio que era el más grande de la ciudad con capacidad para 15.000 espectadores) la que llamó simplemente “The Great Competition” (La Gran Competición), esta sería el primer concurso de culturismo que vería el mundo y por el cual desfilaron 60 competidores.
Sandow pudo escoger como jueces a dos de los hombres más respetados de Inglaterra. Uno era el famoso escultor y atleta aficionado Sir Charles Lawes. El otro un oftalmólogo de Edimburgo que había sido uno de sus primeros discípulos y con quien había labrado una gran amistad y que luego se hizo muy popular como novelista, hablamos del creador de Sherlock Holmes y el Dr. Watson, Sir Arthur Conan Doyle. A “La Gran Competición” asistió también el hijo de la reina Victoria, que llegó a ser el Rey Jorge V que lo contrató como su entrenador personal cuando al terminar la competición comenzó el turno de Sandow, que se puso en medio de la pista y empezó a realizar los actos que le habían hecho famoso: posó, rompió una baraja en dos partes, levanto pesos e impresiono a la audiencia con su fuerza, musculatura y gracia. Los espectadores demostraron su aprecio ovacionándolo con aplausos durante cinco minutos seguidos.
El periódico de Londres “The Times” informó muy favorablemente del evento contando a sus lectores en la noticia que “en algunos casos, el desarrollo de los músculos parece ser anormal”.
La Bella Otero ese mismo año, es decir, en 1901 que se encontraba hospedada en Londres le escribió una carta de puño y letra declarando sus sentimientos y confesándole que tan sólo dos hombres en toda su vida habían conquistado su corazón, el primero lo recuerda de su primera infancia, se llamaba Ramón Touceda y era originario de Valga su tierra natal (en algunas citas se le llama erróneamente Ramón Choucela); y el segundo, ya en la etapa adulta era él, por lo que Sandow conmovido, decidió enviarle al hotel en el que residía La Bella Otero una carta explicándole las verdaderas razones por las que nunca se sintió atraído por ella, a pesar de su belleza, de su erotismo exótico y el exotismo erótico que la artista proporcionaba y de la gran admiración que artísticamente le profesaba. En uno de los párrafos, Sandow le explicaba a La Bella Otero que él llevaba una doble vida con otro hombre, el compositor y concertista de piano Martinus Sieveking que ya con una importante carrera por derecho propio escribía parte de la música de sus actuaciones, en particular “March of the Athletes” y “Sandowia“. En la misiva le cuenta que los dos hombres se conocieron en Bélgica a la edad de 19 años (ambos nacieran en el mismo año) y formaron un vínculo tan grande que era obvio que su matrimonio a los 27 años con Blanche Brooks el día 8 de agosto de 1894, hija de su fotógrafo Warwick Brooks, había sido una tapadera para ocultar su homosexualidad (en el Londres del siglo XIX era un delito penado con la cárcel y hasta 1828 con la pena de muerte) además de una forma de evitar que se viera comprometida su exitosa carrera, de hecho sumergiéndome en la prensa internacional de la época encontré una reseña periodística en la que el 20 de junio de 1893 un avispado reportero del conocido New York World escribía: “Sandow está viviendo ahora en el número 210 de la Calle Oeste Octava. Con él vive un amigo íntimo (su partenaire), el Sr. Martinus Sieveking, que es un pianista muy capaz. El Sr. Sieveking es holandés”. Decir que en sus treinta y un años de matrimonio con Blanche y del cual nacieron dos hijas, Helene y Lorraine, Eugene Sandow en más de una ocasión le pidiera a su esposa el divorcio a lo que ella nunca accedió.
Lo triste de esta historia es que unos días antes de llegar la carta a la dirección de su destinataria, La Bella Otero había dejado de hospedarse en el citado hotel y la carta retornó a su remitente cayendo en manos de la mujer de Sandow que la abrió y se enteró de las continuas infidelidades de su marido a lo largo de su vida y que su matrimonio había sido una farsa.
Como venganza, Blanche cuando falleció Sandow en su casa de Londres a los 58 años en 1925 a causa de una sífilis y no de una aneurisma de aorta como se dijera, avergonzada de lo que había descubierto tiempo atrás, para repudiar cualquier relación con él, quemó todas sus pertenencias y negó con vehemencia a los fans la oportunidad de levantar una lápida a su héroe y lo enterró en una tumba sin nombre en el cementerio de Putney Vale en Londres evitando así que los aficionados la convirtieran en un santuario y deseando que fuese ignorado para siempre.
En 1914 iniciado ya el profundo drama de la Primera Guerra Mundial, después de una azarosa trayectoria amatoria y tras sufrir un aparatoso accidente de automóvil, La Bella Otero decide retirarse de los escenarios y mudarse primero a Montecarlo y luego en 1924 a Niza, viviendo de las rentas que le generaba su inmensa fortuna, pues Carolina Otero era entonces multimillonaria, pero el juego que era su gran “pasión” la arruinó, y en los últimos años de su vida sus únicos ingresos procedían de los derechos adquiridos de la versión cinematográfica de su vida, que le aseguraban un cierto bienestar, y no de la pensión que se dijo que le pasaba el Gobierno Francés por su condición de miembro de la Legión de Honor (que nunca tuvo), ni de la pequeña pensión que le otorga el Ayuntamiento de Niza, y tampoco de la pensión que le pasaba el Casino de Niza o Cannes , aunque si es cierto que el Casino de Montecarlo en agradecimiento por los millones de francos que en él se dejara la mítica bailarina española día si y otro también por su adicción al juego, que la había convertido en una figura habitual del casino, le asignó una pequeña ayuda para para sufragar los gastos de la vivienda.
El 10 de abril de 1965 La Bella Otero volvía a ser noticia internacional al fallecer de un infarto agudo de miocardio a los 96 años de edad en el primer piso del Hotel Meublé Novolty, pues allí vivía sola (nunca se casó, al menos por la iglesia) en el Nº 26 Rue d ‘ Anglaterre de Niza. Al morir la bailarina, que fue enterrada en el Cementerio del Este de la citada ciudad, en su habitación se encontraron 500 francos y un montón de objetos personales que a través del embajador y por expreso deseo de la diva, donó a las familias más pobres de su Puentevalga natal en la provincia de Pontevedra.
Cuando se habla de españoles universales refiriéndose a compatriotas de proyección en todo el planeta, una de ellas podría ser La Bella Otero. La mujer española (y por ende gallega) más célebre y universal de finales del siglo XIX y de las primeras décadas del XX a la que desde ahora podemos considerar que con toda justicia La Bella Otero ocupará un lugar privilegiado en la historia de la “Cultura Física” española, pues esta mujer forjó la afición de varias generaciones de mujeres de su época convirtiéndose en un auténtico apóstol del deporte de las pesas de la mano del gurú Eugene Sandow.
Esperemos que a raíz de este hallazgo, sólo comparable al que desvelaba la afición de don Santiago Ramón y Cajal por el Fisicoculturismo, que de ahora en adelante surja algún gimnasio al que se le ponga el nombre de esta devota de Afrodita. Sería una buena idea poner el nombre de “Gimnasio Bella Otero” a una instalación deportiva que lo que quiera es poner en valor el esfuerzo, el tesón y la constancia, pues no hay que olvidar que su nombre se le puso a: calles, cines, teatros, perfumerías, hoteles, una isla, tiendas de ropa y hasta a un transatlántico.
Por Tomás ABEIGÓN (abeigon@yahoo.es) Tel. 607 477 360
– Licenciado en INEF por la Universidad de Vigo.
– Campeón de España de Fisicoculturismo.
– Miembro del actual jurado del certamen de “Mr. Universo NABBA”.
Tomás ABEIGÓN autor del artículo, quien llegó a ser Campeón de España de Fisicoculturismo en 1996

















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